La limitación a la compra de pasajes aéreos con tarjeta de crédito fue una de las medidas económicas más impactantes del año y, al mismo tiempo, una de las más obvias y anunciadas. Con el levantamiento de las restricciones sanitarias, era inevitable que reapareciera una de las principales “canillas” por las cuales se fugan las divisas: la masiva salida de turistas argentinos al exterior.
De hecho, si hasta ahora los problemas de reservas del Banco Central no habían sido más graves fue “gracias” a la anestesia que supuso la pandemia en el rubro turístico. Pero bastó con el afloje tras la vacunación masiva para que la gravedad del problema se insinuara de inmediato: los datos de septiembre ya marcan niveles que no se veían desde diciembre de 2019.
Ese mes, el último informado oficialmente por el Banco Central, indica que la cuenta de “servicios” registró un déficit de u$s558 millones, dentro de los cuales los fletes y seguros explican u$s396 millones, mientras que los viajes, pasajes y otros pagos con tarjeta de crédito sumaron u$s228.
¿Qué tan grave podía ser la situación para las cuentas oficiales? A juzgar por los antecedentes históricos, muy grave: en 2019, que no fue uno de los años más brillantes en términos turísticos, dado que ya la moneda se había devaluado mucho, la salida de dólares por turismo fue de u$s7.000 millones.
Claramente, una cifra imposible de ser empardada por el ingreso de turistas extranjeros, pese al optimismo que intentaban transmitir funcionarios como el canciller Santiago Cafiero y el ministro de turismo, Matías Lammens, quienes se habían mostrado confiados en que rápidamente el país recuperaría la cifra de visitantes previa a la pandemia: unos 6,2 millones de turistas al año.
Una amenaza para las reservas del Central
El que, evidentemente, no compartía ese optimismo era para el titular del BCRA, Miguel Pesce, quien veía una situación clara e inexorable: con reservas netas cayendo en picada y, para colmo, con expectativas de una devaluación veraniega, ese rubro de turismo sólo podía subir.
Para tener una dimensión del potencial daño del turismo emisivo sobre la caja del Banco Central, el déficit del 2019 por la cuenta de viajes más que triplica el nivel de reservas netas que los economistas advierten que quedan cuando a la cifra oficial de u$s42.000 millones se le restan los encajes bancarios, los préstamos internacionales, los swap y las tenencias en oro.
De hecho, las fechas más temidas por Pesce no eran las del calendario electoral sino las de las promociones de las agencias turísticas: ya el turismo había vuelto a ser el gran protagonista del CyberMonday, donde explotaron las ofertas de viajes aéreos en 12 cuotas fijas.
Los empresarios del sector turístico, como dejaron en claro los organizadores del CyberMonday, creen que habrá un “efecto puesta al día” por parte de aquellos acostumbrados a vacacionar en el exterior y que tuvieron que abstenerse por las restricciones sanitarias.
Por lo pronto, todos los días llegan noticias sobre reapertura de rutas aéreas que habían sido descontinuadas o restringidas. Por caso, la aerolínea “low cost” Flybondi, que había anunciado el regreso de vuelos a Florianópolis y Punta del Este, agregó ahora las rutas a San Pablo y Río de Janeiro.
Mientras que destinos clásicos, como Madrid y Miami, ya operan con varias frecuencias diarias y al menos tres líneas aéreas que hacen la conexión directa, casi en el régimen previo a la pandemia.
La historia muestra, por otra parte, que pocas cosas son más estimulantes para el turismo que el temor a una devaluación. Y las últimas semanas han sido pródigas en pronósticos de ajuste cambiario.
Lo cierto es que hay una correlación clara entre los períodos de mayor salida de dólares por turismo y los momentos en que se percibió un retraso cambiario.
En su momento récord, en 2013, la salida de divisas por turismo tocó la cifra de u$s8.730 millones. Al año siguiente, se produjo una brusca caída de 38%, y curiosamente esto ocurrió en un momento de “relajamiento” del cepo. Claro, el detalle fundamental era que en el verano de ese año, con Axel Kicillof recién asumido en su cargo de ministro, el dólar tuvo una suba del 25%.
De manera que si una enseñanza deja la experiencia del cepo es que, cuando coincide con un momento de retraso cambiario, no hay restricción cambiaria capaz de frenar la voluntad de la clase media argentina por viajar. Dado que los pasajes de avión cotizan en dólares, la relación que manda en ese caso es la del costo del pasaje contra el salario en dólares.
En la gestión de Mauricio Macri, sin cepo cambiario, se registró el récord histórico de salida de divisas por turismo. En 2017, cuando se decidió anestesiar al tipo de cambio para llegar con mejor humor social a la elección legislativa de medio término, los viajeros le significaron al Banco Central un costo de u$s10.600 millones.
En aquellos días en los que se había puesto de moda hacer compras de electrónica, ropa o lo que fuera en Chile, Miami y otros destinos de costos más baratos que Argentina, los saldos por gasto con tarjeta de crédito en el exterior llegaron a los u$s800 millones y crecía a una velocidad desbocada de 30% anual.
Pesce, entre el Black Friday y el FMI
Y, ahora, esta nueva restricción llega justo cuando se esperaba otro boom de ventas promocionales con el Black Friday. De hecho, una de las quejas que explotaron ni bien conocida la resolución oficial fue que las agencias ya habían confeccionado sus paquetes promocionales y que esta movida obligaría a revisar toda la estrategia financiera.
Por estas horas, el mercado turístico es un hervidero de rumores: al tiempo que hubo declaraciones de repudio, hay versiones sobre acciones judiciales -hay quienes sostienen que el BCRA no tiene potestades constitucionales para prohibir una financiación en cuotas- y también hay rumores respecto de medidas urgentes de los bancos para tratar de paliar el golpe. Se especula que mediante nuevas líneas en forma de crédito personal se pueda sustituir el uso de la tarjeta, el medio masivamente utilizado por los turistas que van al exterior.
Pero lo cierto es que, visto desde el punto de vista de Pesce, la polémica medida tiene su lógica: ya no pueden agregarse más impuestos a los turistas. Desde diciembre de 2019 pagan el 30% “solidario” sobre el valor del dólar, a lo que el año pasado se agregó la percepción de 35% por adelanto de las Ganancias o de Bienes Personales. Y esto se agrega a otros rubros que duplican el costo de un pasaje de avión, como tasas, gastos de administración y tributos específicos.
En otras palabras, más impuestos que encarezcan los viajes no pueden implementarse, con lo cual sólo quedaba a mano restringir la financiación.
El problema para Pece es que, por ley, los pasajes de avión deben ser vendidos en pesos y entonces, por más tributos que lo encarezcan, mientras haya una expectativa de posible devaluación, el atractivo para el consumidor existirá.
La consigna es clara: quien quiera ir al exterior deberá usar sus propios dólares y no pedirlos a un precio que hasta los propios funcionarios perciben como “subsidiado”: la situación del Central no está como para que se puedan gastar divisas en las vacaciones de la clase media.
Irónicamente, este es un punto de vista en el que hay una coincidencia de visión entre el Gobierno y el Fondo Monetario Internacional: el organismo tiene como principio no asistir con dólares a un país que utilice esa ayuda para sostener artificialmente un tipo de cambio, dado que eso termina financiando la fuga de capitales.
Es por eso que la sugerencia clásica del FMI es que se deje flotar el tipo de cambio hasta que llegue a su nivel de equilibrio, al tiempo que se prohíbe la venta de “sus” dólares para defender una cotización.
Claro, todos a esta altura entendieron que “Argentina es diferente”: la propia experiencia macrista convenció a los funcionarios que la naturaleza bimonetaria del país hace que la crisis devaluatoria pueda no tener techo y por eso hasta llegan a consentir la vigencia del “cepo” cambiario a corto plazo. Sin la posibilidad de devaluar, la única forma de frenar la salida de los dólares que refuerzan las reservas del Banco Central es una rígida regulación cambiaria.
Suena paradójico, pero la medida adoptada por Pesce, que en este momento irrita a la clase media y que ha merecido el repudio de la oposición y de los empresarios, es un paso importante para la firma de un acuerdo con el FMI. A fin de cuentas, si algo no quiere repetir el organismo es la situación de ayudar a la Argentina con dólares que se evaporan de inmediato en forma de pasajes a Miami.
Fuente: infobae