El dato, en sí mismo, resulta escalofriante: la mitad de los cuatro millones de monotributistas está en deuda con la AFIP.
Son exactamente 1.955.832 personas, que en algún momento dejaron de pagar la cuota del monotributo. Este es el shockeante estado de situación, que obligó a tomar medidas extraordinarias -un proyecto de ley para aliviar la carga de esos contribuyentes- más que la deuda que se había armado por el ajuste de los últimos seis meses, y que provocó el enojo de buena parte de los monotributistas.
La morosidad en el monotributo pone en relieve el severo impacto de la crisis económica, agravada por la pandemia. La mayor parte de los morosos cayeron en la irregularidad el año pasado, por la feroz caída de la actividad, y no han logrado recuperarse.
Es por este motivo que el proyecto enviado por el Ejecutivo al Congreso incluye un capítulo para poner en marcha un plan de pagos -de hasta 60 cuotas- para que los contribuyentes -en su enorme mayoría pequeños comerciantes, emprendedores y profesionales- se pongan al día con la AFIP.
A diferencia de otros tiempos -cuando los diferentes gobiernos pretendieron achicar la cantidad de monotributistas para que esos contribuyentes pasaran al régimen general pagando IVA y Ganancias-, ahora la realidad impone lo contrario: tras el grosero error de la última modificación que generó deudas, se busca aliviar la carga.
La cuenta es sencilla: mejor contribuyente pagando y perfectamente identificado, dentro del sistema legal, antes de que esa persona salga del radar de la AFIP yéndose a la informalidad.
De hecho, dos de cada tres contribuyentes pertenecen a las categorías “A” y “B”, personas que hasta ahora facturaban un máximo de $26.000 mensuales.
Los bancos y temor al efecto colateral
La crisis de los monotributistas no es una isla. Obviamente. Los saldos impagos también golpean a los bancos, aunque en una proporción muy menor.
“A la hora de no disponer de liquidez, la gente deja de pagar los impuestos. Los créditos los sigue abonando, o pide ayuda“, argumenta el director de uno de los bancos líderes a iProfesional.
Además, el Banco Central flexibilizó algunas normas -como la cantidad de días que deben transcurrir sin que una deuda se ponga al día antes de bajar de categoría a un deudor-, con el objetivo de no perjudicar a los clientes, al menos transitoriamente.
Además, los bancos cuentan con “alertas tempranas” por las cuales cuando detectan que un cliente dejó de pagar una cuota o el saldo de la tarjeta, ponen en marcha mecanismos para normalizar la situación.
Es típico de los morosos con las tarjetas de crédito. Cuando los bancos detectan que un cliente no puede pagar (aunque la enorme mayoría abona aunque sea el monto mínimo mensual), los gerentes de las sucursales proponen convertir la deuda acumulada con la tarjeta en un crédito personal, con un máximo de tres años de plazo.
El caso es real. Un usuario de una tarjeta de crédito. En diciembre tenía las cosas controladas: consumos por $78.000 y un pago mínimo de algo más de $10.000. Como ese mes sólo abonó ese mínimo, al mes siguiente la tarjeta vino con un saldo de $128.000 y un pago mínimo de $14.000.
Hizo lo mismo: pagó el “mínimo” y siguió. En febrero, la deuda volvió a subir y el pago mínimo se fue a $35.000. Finalmente, este mes, cuando le llegó $255.000 y un pago mínimo de $100.000, al usuario no le quedó otra que parar la pelota y adherirse a un plan de refinanciación del banco.
De esa manera, una deuda de $100.000 se refinancia a una tasa del 43% anual (costo financiero total del 52,5%), lo que da una cuota mensual de $5.510. Es decir, el cliente termina devolviendo casi el doble de lo que pidió ($198.430).
Ejemplo como el mencionado se empezaron a multiplicar en los bancos. Y los financistas temen que los problemas se agranden todavía más, con una economía que no se recupera en plena segunda ola y las restricciones.
En simultáneo, desaparecieron todos los beneficios que las entidades financieras otorgaron a partir de la explosión de la pandemia, a instancias del Banco Central. Esos beneficios se terminaron a fin del año pasado, y no se repusieron a pesar del estallido de la segunda ola de coronavirus.
Para tener en cuenta de la gravedad de la situación: una de cada cuatro cuotas de créditos otorgados por bancos no pudo ser pagada por los clientes y fue refinanciada por las entidades financieras desde que empezó la pandemia.
Esta posibilidad -de pasar al final de la vida del préstamo las cuotas que no pudieron abonarse- formaron parte del paquete de medidas de ayuda que tomó el Banco Central durante la emergencia.
En los bancos, la situación de los deudores es monitoreada a diario. Nadie quiere llevarse una sorpresa.
Lo dicho más arriba: a diferencia de lo que sucede con las deudas con el fisco -donde al fin y al cabo los contribuyentes especulan con que una moratoria salvadora los ponga de nuevo en carrera-, la situación en los bancos luce más tranquila.
“En marzo el ratio de irregularidad del crédito al sector privado se incrementó levemente hasta 3,9%”, explicitó el último Informe sobre Bancos del BCRA.
“Desde el comienzo de abril de 2021 y hasta fines de mayo de 2021 el BCRA estableció una transición gradual en las pautas para la clasificación de las personas deudoras de entidades financieras, volviendo a los criterios existentes de forma previa al inicio de la pandemia a partir de junio de 2021”, completó el mencionado informe.
Preocupación por la situación de empresas
Desde las entidades financieras están alertas para que la “nueva normalidad” sea sin traumatismos.
Más que problemas entre los individuos, la mayor carga de morosidad -por ahora- se ubica entre las empresas. “En los préstamos a las empresas, el indicador de morosidad se ubicó en 5,6% en marzo”, reveló el BCRA. Nada alarmante.
“Cuando la gente no tiene plata, deja de consumir. No corre riesgos agrandando su deuda”, destaca el analista de riesgo de uno de los bancos consultados por iProfesional.
Un reciente informe elaborado por BBVA Research sobre la utilización de las tarjetas de crédito en medio de la segunda ola destacó que los pagos con plásticos se derrumbaron 30% durante el mes pasado, en relación a abril, como reacción ante las restricciones.
Por ahora, el Banco Central evitó un mal mayor al mantener sin cambios las tasas de interés de referencia. Lo mismo con el costo de refinanciamiento de las tarjetas de crédito.
Esas medidas sirven como contención de una crisis de deuda más grave. Sin embargo, la salida de la asfixia se concretará recién cuando la economía vuelva a crecer y mejoren las expectativas.
Fuente: iprofesional.com